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CONFIANZA, GUERRA Y TERRORISMO
¿POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS?*

Por: Norman Solomon (Fecha publicación:21/06/2003)
(Traducción de Ernesto Carmona, Centro de Periodismo e Información, Cepei)

En una democracia, sus líderes deben ganar y retener la confianza del público. Sin importarnos cuán ruidosamente esos líderes proclamen su entrega a la lucha contra el terrorismo, no debemos renunciar a examinar si son sinceros.

El 17 de marzo de 2003, el Presidente George W. Bush le aseguró a la mayoría de los hogares del pueblo estadounidense: 'La 'inteligencia' recogida por agencias del gobierno no arroja duda alguna de que el régimen de Irak posee y oculta algunas de las armas más letales jamás inventadas'. El 10 de abril, en un mensaje televisado al pueblo de Irak, el primer ministro (británico) Tony Blair dijo: 'Nosotros no quisimos esta guerra. Pero, al negarse a entregar sus armas de destrucción masiva, Saddam no nos dejó otra opción que actuar'.

Antes y durante la guerra en Irak, tuvimos muchas otras noticias sobre declaraciones oficiales al más alto nivel, desde Washington y Londres. Ostensiblemente, justificaban la guerra.

Entre los horrores de esa guerra conocemos la utilización de armas conocidas como bombas de racimo. Uso la forma verbal del presente porque hoy -meses después que el Pentágono y el ejército británico dejaron caer miles de esas bombas de racimo sobre Irak- continúan explotando, muchas veces en manos de los niños que las recogen. Por su alta velocidad, los fragmentos de esas bombas rebanan la carne humana.

Podríamos decir que las bombas de racimo son armas terroríficas. Podríamos decir que las bombas -y los líderes que autorizaron su uso- todavía están aterrorizando al pueblo de Irak.

A la larga, si los líderes quieren ganar y mantener la confianza, para su lógica es más útil que sean razonablemente creíbles, en lugar de orwellianos. Pero cuando no existe ni una sola condena normal, confiable, del 'terrorismo', la palabra sólo sirve al fútbol político, en lugar de usarse el término en su integridad. Desgraciadamente, en el uso común de esa expresión, no es la crueldad lasciva o la magnitud de las acciones asesinas lo único que determina la condena, sino también los contextos nacionalistas y políticos de tales acciones.

Sería bastante penoso si la exposición de las razones para ir a la guerra de los líderes del eje 'anti-terrorismo' Washington-Londres fueron simplemente 'dobles discursos'. Y sería más penoso si las razones de esos líderes fueron sinceras, si a la vez ordenaban sus propias decisiones para aterrorizar a los civiles iraqueses. Pero la deshonestidad flagrante forma parte de problemas más amplios y más profundos respecto a políticas básicas que distinguen tácitamente entre víctimas 'dignas' e 'indignas'. Eso nos da valor para preguntar, en efecto, ¿por quién suenan las campanas? La orientación oficial no necesita ser explícita para ser bien entendida, o por lo menos ampliamente internalizada: No permite ninguna empatía en la dirección no autorizada.

Por ejemplo: Uno investiga en vano por algún registro en que Washington haya condenado a su aliado Turquía en años recientes, cuando ese gobierno expulsó a millones de habitantes kurdos fuera de sus hogares, destruyó miles de aldeas, dio muerte a millares de kurdos y les infligió torturas horrorosas. Para tomar otro ejemplo: Se alaba a la guerra en Irak por cerrar las cámaras de tortura del régimen. Entretanto, desde Washington continúan fluyendo miles de millones de dólares en ayuda al gobierno egipcio para que someta a sus prisioneros políticos a cámaras de tortura. Uno podría pensar que una manera apropiada de oponerse a la tortura sería dejar de financiarla.

El Presidente Bush denuncia rutinariamente a los terroristas que entregan su vida en ataques mortales contra civiles israelíes. Pero nunca formula denuncias similares cuando Estados Unidos apoya a los líderes del gobierno israelí en sus frecuentes y predecibles incursiones contra la vida de civiles palestinos.

Años antes del crimen contra la humanidad conocido como 11/9, el estudioso Eqbal Ahmed apuntó: 'Una superpotencia no puede promover el terror en un lugar y pretender, razonablemente, que puede desalentar al terrorismo en otro lugar. Eso no funcionará en este mundo tan agitado'. Para que algo llamado 'guerra al terrorismo' merezca confianza pública necesitaría estar guiado por mandatos morales genuinos, en lugar de maniobras de relaciones públicas que enmascaran perennes modelos de hipocresía.

El 28 de mayo, un informe de Amnistía Internacional condenó a los gobiernos estadounidense y británico por una auto-proclamada guerra contra el terror que realmente fortalece a muchos regímenes comprometidos en abusos terribles contra los derechos humanos. Irene Kan, secretaria general de Amnistía, ha dicho: 'lo que habría sido inaceptable el 10 de septiembre de 2001, ahora está volviéndose casi la norma' -mientras Washington promueve 'una nueva doctrina de derechos humanos a la carta'. Kan agregó: ' Estados Unidos continúa eligiendo qué sección usará de sus obligaciones con la ley internacional y cuando la usará'.

A nivel mundial, será imposible sostener la confianza pública en esfuerzos anti-terroristas sin adherir a normas que rechacen al terrorismo de manera consistente. Las guerras agresivas y el apoyo contundente proporcionado a abusadores de derechos humanos, son por sí mismos actos de terrorismo del más fuerte. Deberían estar seguros que elevarán la rabia y provocarán actos de terrorismo del más débil.

Cuando un país -en particular, una democracia- va a la guerra, el consentimiento de los gobernados lubrica la maquinaria de muerte. El silencio también es una forma de apoyo, pero el sistema de fabricar guerras no fortalece la quietud ni el consenso. La mera pasividad y el auto-refrenamiento le bastan como apoyo.

El mundo hoy está ensombrecido por una relación especial entre dos gobiernos -la superpotencia y su principal socio. En nombre de un liderazgo moral, utilizan la decepción. En nombre de la paz, infligen una guerra. En nombre de la lucha contra el terrorismo, se comprometen con el terrorismo. Tales políticas pretenden ganar confianza. Merecen una oposición inflexible.

*) Exposición de Norman Solomon -5 de junio de 2003- en la conferencia Comunicando la Guerra del Terror, en la Royal Institution de Londres, Gran Bretaña. Solomon es director ejecutivo del Instituto para la Transparencia Pública, con sedes en Washington y San Francisco, y coautor de 'Irak en la mira: Lo que los medios de comunicación no le dijeron' (Nueva York: Context Books, 2003).
 
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